Lo
más
particular
era
que
la
misma
Fortunata
,
al
correr
el
con
tanto
cuidado
,
había
sentido
,
allá
en
el
más
apartado
escondrijo
de
su
alma
,
un
travieso
anhelo
de
volverlo
a
descorrer
.
Podría
ser
ilusión
suya
;
pero
creía
ver
,
cual
si
la
puerta
fuera
de
,
a
la
persona
que
tras
esta
,
a
su
parecer
,
estaba
.
.
.
Le
conocía
,
¡
cosa
más
rara
!
,
en
la
manera
de
empujar
,
en
la
manera
de
rasguñar
la
fechadura
en
la
manera
de
probar
una
llave
que
no
servía
.
Durante
un
rato
,
señora
y
no
se
miraron
.
A
la
primera
le
las
manos
y
le
andaba
por
dentro
del
cráneo
un
barullo
tumultuoso
.
La
sirviente
clavaba
en
la
señora
sus
de
gato
,
y
su
irónica
sonrisa
podría
ser
lo
mismo
el
único
aspecto
cómico
de
la
escena
que
el
más
terrible
y
dramático
.
Pero
de
repente
,
sin
saber
cómo
,
criada
y
cruzaron
sus
miradas
,
y
en
una
mirada
pareció
que
se
entendieron
.
Patricia
le
decía
con
sus
ojuelos
que
arañaban
:
«Abra
,
tonta
,
y
de
remilgos»
.
La
señora
decía
:
«
¿
Le
parece
a
usted
bien
que
abra
?
.
.
.
¿
Cree
usted
que
.
.
.
?
»
.
Pero
a
Fortunata
la
ganó
de
súbito
el
decoro
,
y
tuvo
un
rechazo
de
honor
y
.
«Si
esto
sigue
-
dijo
-
,
despertaré
a
mi
marido
.
¡
Ah
!
,
ya
parece
que
se
retira
el
ladrón
,
pues
ladrón
debe
de
ser
.
.
.
»
.
Tocó
el
cerrojo
para
cerciorarse
de
que
estaba
corrido
,
y
se
fue
a
la
.
Patricia
volvió
a
la
.
«En
todo
caso
,
es
demasiado
pronto»
pensó
Fortunata
en
una
silla
y
poniéndose
a
pensar
.
Fue
como
una
concesión
a
las
ideas
malas
que
con
tanta
presteza
de
su
cerebro
,
como
salen
del
hormiguero
las
hormigas
,
en
larga
procesión
,
negras
y
diligentes
.
Después
trató
de
rehacerse
de
nuevo
:
«Resueltamente
,
mañana
le
digo
a
mi
marido
que
la
casa
no
me
gusta
y
que
es
preciso
que
nos
mudemos
.
Y
a
esta
la
planto
en
la
calle»
.