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ZEUS Y EL CABALLO De todos los animales que Zeus había creado, al caballo se le consideraba el más hermoso. Este juicio se expresaba tan a menudo, que el propio caballo llegó a creérselo, y se admiraba a sí mismo cuando galopaba en rápida carrera; se deleitaba en la fuerza de sus patas, sacudía sus crines gozoso, y siempre mantenía su cabeza orgullosamente erguida. Pero, con el paso del tiempo, llegó a cansarse de sus buenas cualidades, que le resultaron imperfectas e insuficientes, de modo que, cuando se admiraba en el espejo de agua, ya no se deleitaba en la contemplación de su imagen como antes. En suma, el caballo llegó a sentirse descontento de la obra creadora de Zeus, que lo había hecho tal y como era, e incluso pensó que él mismo sabía mejor qué hechura debería tener. Así pues, el caballo se acercó al trono de Zeus y le dijo: –Padre de los animales y de los hombres, dicen que soy una de las criaturas más hermosas que has creado, y mi amor propio así me lo ha hecho creer. Pero, ¿acaso no podrían mejorarse aún muchas de mis cualidades? –¿Y en qué crees tú que se te podría mejorar? Admitiré, con gusto, tus sugerencias –dijo, sonriente, Zeus. –Creo que sería aún más veloz –continuó diciendo el caballo– si mis patas fuesen más altas y delgadas. Un cuello de cisne, más largo y más flexible, no me iría mal. Un pecho más ancho acrecentaría mi vigor. Y puesto que me has destinado a transportar al hombre, tu favorito, la silla que me ha de colocar el jinete podría ya estar incluida en mi constitución natural. –¡Está bien! –repuso Zeus– ¡Aguarda un poco! Y Zeus, con rostro grave, pronunció la palabra creadora. Entonces brotó la vida entre el polvo del suelo, que comenzó a bullir, se amasó y, de pronto, surgió ante el trono de Zeus… el desgarbado camello. Al verlo, el caballo se estremeció de horror. –¡Ahí tienes unas patas más altas y más delgadas! –le dijo Zeus–. ¡Ese cuello es más largo, de cisne; y ese pecho es más ancho! ¡Y ahí tienes la silla ya ensillada! Caballo, ¿deseas que te transforme de ese modo? Aún seguía temblando el caballo. –¡Vete! –continuó diciendo Zeus–, por esta vez recibe la lección sin sufrir el castigo. Pero para que, de vez en cuando, recuerdes tu temeridad, esta nueva criatura seguirá viviendo. Al decir esto, Zeus dirigió una mirada al camello y concluyó: –Y tú, caballo, cada vez que la mires, te estremecerás. H. BUENO y G. GÉLVEZ 1) El anterior texto, por su estructura, función y lenguaje se clasifica dentro del subgénero:
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ZEUS Y EL CABALLO De todos los animales que Zeus había creado, al caballo se le consideraba el más hermoso. Este juicio se expresaba tan a menudo, que el propio caballo llegó a creérselo, y se admiraba a sí mismo cuando galopaba en rápida carrera; se deleitaba en la fuerza de sus patas, sacudía sus crines gozoso, y siempre mantenía su cabeza orgullosamente erguida. Pero, con el paso del tiempo, llegó a cansarse de sus buenas cualidades, que le resultaron imperfectas e insuficientes, de modo que, cuando se admiraba en el espejo de agua, ya no se deleitaba en la contemplación de su imagen como antes. En suma, el caballo llegó a sentirse descontento de la obra creadora de Zeus, que lo había hecho tal y como era, e incluso pensó que él mismo sabía mejor qué hechura debería tener. Así pues, el caballo se acercó al trono de Zeus y le dijo: –Padre de los animales y de los hombres, dicen que soy una de las criaturas más hermosas que has creado, y mi amor propio así me lo ha hecho creer. Pero, ¿acaso no podrían mejorarse aún muchas de mis cualidades? –¿Y en qué crees tú que se te podría mejorar? Admitiré, con gusto, tus sugerencias –dijo, sonriente, Zeus. –Creo que sería aún más veloz –continuó diciendo el caballo– si mis patas fuesen más altas y delgadas. Un cuello de cisne, más largo y más flexible, no me iría mal. Un pecho más ancho acrecentaría mi vigor. Y puesto que me has destinado a transportar al hombre, tu favorito, la silla que me ha de colocar el jinete podría ya estar incluida en mi constitución natural. –¡Está bien! –repuso Zeus– ¡Aguarda un poco! Y Zeus, con rostro grave, pronunció la palabra creadora. Entonces brotó la vida entre el polvo del suelo, que comenzó a bullir, se amasó y, de pronto, surgió ante el trono de Zeus… el desgarbado camello. Al verlo, el caballo se estremeció de horror. –¡Ahí tienes unas patas más altas y más delgadas! –le dijo Zeus–. ¡Ese cuello es más largo, de cisne; y ese pecho es más ancho! ¡Y ahí tienes la silla ya ensillada! Caballo, ¿deseas que te transforme de ese modo? Aún seguía temblando el caballo. –¡Vete! –continuó diciendo Zeus–, por esta vez recibe la lección sin sufrir el castigo. Pero para que, de vez en cuando, recuerdes tu temeridad, esta nueva criatura seguirá viviendo. Al decir esto, Zeus dirigió una mirada al camello y concluyó: –Y tú, caballo, cada vez que la mires, te estremecerás. H. BUENO y G. GÉLVEZ La vanidad exagerada del caballo llevó a que Zeus:
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ZEUS Y EL CABALLO De todos los animales que Zeus había creado, al caballo se le consideraba el más hermoso. Este juicio se expresaba tan a menudo, que el propio caballo llegó a creérselo, y se admiraba a sí mismo cuando galopaba en rápida carrera; se deleitaba en la fuerza de sus patas, sacudía sus crines gozoso, y siempre mantenía su cabeza orgullosamente erguida. Pero, con el paso del tiempo, llegó a cansarse de sus buenas cualidades, que le resultaron imperfectas e insuficientes, de modo que, cuando se admiraba en el espejo de agua, ya no se deleitaba en la contemplación de su imagen como antes. En suma, el caballo llegó a sentirse descontento de la obra creadora de Zeus, que lo había hecho tal y como era, e incluso pensó que él mismo sabía mejor qué hechura debería tener. Así pues, el caballo se acercó al trono de Zeus y le dijo: –Padre de los animales y de los hombres, dicen que soy una de las criaturas más hermosas que has creado, y mi amor propio así me lo ha hecho creer. Pero, ¿acaso no podrían mejorarse aún muchas de mis cualidades? –¿Y en qué crees tú que se te podría mejorar? Admitiré, con gusto, tus sugerencias –dijo, sonriente, Zeus. –Creo que sería aún más veloz –continuó diciendo el caballo– si mis patas fuesen más altas y delgadas. Un cuello de cisne, más largo y más flexible, no me iría mal. Un pecho más ancho acrecentaría mi vigor. Y puesto que me has destinado a transportar al hombre, tu favorito, la silla que me ha de colocar el jinete podría ya estar incluida en mi constitución natural. –¡Está bien! –repuso Zeus– ¡Aguarda un poco! Y Zeus, con rostro grave, pronunció la palabra creadora. Entonces brotó la vida entre el polvo del suelo, que comenzó a bullir, se amasó y, de pronto, surgió ante el trono de Zeus… el desgarbado camello. Al verlo, el caballo se estremeció de horror. –¡Ahí tienes unas patas más altas y más delgadas! –le dijo Zeus–. ¡Ese cuello es más largo, de cisne; y ese pecho es más ancho! ¡Y ahí tienes la silla ya ensillada! Caballo, ¿deseas que te transforme de ese modo? Aún seguía temblando el caballo. –¡Vete! –continuó diciendo Zeus–, por esta vez recibe la lección sin sufrir el castigo. Pero para que, de vez en cuando, recuerdes tu temeridad, esta nueva criatura seguirá viviendo. Al decir esto, Zeus dirigió una mirada al camello y concluyó: –Y tú, caballo, cada vez que la mires, te estremecerás. H. BUENO y G. GÉLVEZ ¿Cuál fue el grupo de características que pidió el caballo le fueran cambiadas?
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ZEUS Y EL CABALLO De todos los animales que Zeus había creado, al caballo se le consideraba el más hermoso. Este juicio se expresaba tan a menudo, que el propio caballo llegó a creérselo, y se admiraba a sí mismo cuando galopaba en rápida carrera; se deleitaba en la fuerza de sus patas, sacudía sus crines gozoso, y siempre mantenía su cabeza orgullosamente erguida. Pero, con el paso del tiempo, llegó a cansarse de sus buenas cualidades, que le resultaron imperfectas e insuficientes, de modo que, cuando se admiraba en el espejo de agua, ya no se deleitaba en la contemplación de su imagen como antes. En suma, el caballo llegó a sentirse descontento de la obra creadora de Zeus, que lo había hecho tal y como era, e incluso pensó que él mismo sabía mejor qué hechura debería tener. Así pues, el caballo se acercó al trono de Zeus y le dijo: –Padre de los animales y de los hombres, dicen que soy una de las criaturas más hermosas que has creado, y mi amor propio así me lo ha hecho creer. Pero, ¿acaso no podrían mejorarse aún muchas de mis cualidades? –¿Y en qué crees tú que se te podría mejorar? Admitiré, con gusto, tus sugerencias –dijo, sonriente, Zeus. –Creo que sería aún más veloz –continuó diciendo el caballo– si mis patas fuesen más altas y delgadas. Un cuello de cisne, más largo y más flexible, no me iría mal. Un pecho más ancho acrecentaría mi vigor. Y puesto que me has destinado a transportar al hombre, tu favorito, la silla que me ha de colocar el jinete podría ya estar incluida en mi constitución natural. –¡Está bien! –repuso Zeus– ¡Aguarda un poco! Y Zeus, con rostro grave, pronunció la palabra creadora. Entonces brotó la vida entre el polvo del suelo, que comenzó a bullir, se amasó y, de pronto, surgió ante el trono de Zeus… el desgarbado camello. Al verlo, el caballo se estremeció de horror. –¡Ahí tienes unas patas más altas y más delgadas! –le dijo Zeus–. ¡Ese cuello es más largo, de cisne; y ese pecho es más ancho! ¡Y ahí tienes la silla ya ensillada! Caballo, ¿deseas que te transforme de ese modo? Aún seguía temblando el caballo. –¡Vete! –continuó diciendo Zeus–, por esta vez recibe la lección sin sufrir el castigo. Pero para que, de vez en cuando, recuerdes tu temeridad, esta nueva criatura seguirá viviendo. Al decir esto, Zeus dirigió una mirada al camello y concluyó: –Y tú, caballo, cada vez que la mires, te estremecerás. H. BUENO y G. GÉLVEZ Según las características evidenciadas en el texto anterior, se afirma que este es de esta clase:
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El relato tradicional y popular en el que se recoge acciones o sucesos extraordinarios de carácter fantástico y se presentan como si realmente hubieran ocurrido es
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Teniendo en cuenta los tipos de leyendas estudiados, la siguiente leyenda se clasifica como:
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