El escándalo astrológico que se ha armado en estos días alrededor de un nuevo
signo del zodíaco, es una señal más de que vivimos un final de siglo invadido por tonterías
supersticiosas. Ahora algunos periódicos se deleitan en la suposición de que la astrología
va a tener que cambiar.
La astrología no es otra cosa que habladurías sobre los astros. Una habladuría
viejísima, anterior a Cristo, y que es siempre idéntica a sí misma. Lo cual no es, como
creen los astrólogos, una garantía de seriedad, sino todo lo contrario. Lo típico de las
creencias que no se basan en hechos reales sino en suposiciones, es que son
impermeables a la crítica.
Lectura comprensiva y competitiva 32 Luis Hernando Mutis Ibarra
Los astrólogos llevan siglos sin mirar al cielo. Porque ellos no están interesados en
entender cómo es realmente el universo. Lo que ellos aprenden es una retórica sobre la
supuesta influencia de una supuesta posición de los astros en el momento del nacimiento.
No hay astrólogos serios y astrólogos charlatanes. La astrología, toda, sin
excepciones, es un pasatiempo supersticioso sin pies ni cabeza. La astrología no puede
entrar en crisis porque se le recuerde que en realidad hay, por lo menos, otra constelación.
Y no puede entrar en crisis pues la astrología no se basa en la observación de un universo
real sino en una tradición imaginaria. Una creencia supersticiosa es impermeable a la
crítica, es no falseable, sus afirmaciones no son falsas o verdaderas, son absurdas. Y lo
absurdo no entra en crisis: vive en una crisis de la que jamás sale.
Discutir sobre la astrología es discutir sobre un sin sentido. El problema es que cada
vez parecemos más rodeados de charlatanes e ingenuos: por un lado las personas que
engañan o se engañan, y por el otro las personas que sienten cierto gusto en dejarse
engañar.
Ganas de creer en algo misterioso. Ese es el signo de la bobada de los tiempos.
Caídas las ideologías fuertes, resquebrajada la autoridad de las religiones, cada vez hay
más rebaños y pastores dedicados a la superstición. Es triste: no los seduce el mundo
como es, no les interesa indagar y tratar de explicarse los mecanismos de las maravillas
reales con las que convivimos, prefieren pedalear en la bicicleta sin cadena de las
supersticiones.
Por: Héctor Abad Faciolince