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Doña zorra y su compadre gallinazo
Doña zorra y su compadre gallinazo
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Doña zorra y su compadre gallinazo
Doña Zorra se hallaba sentada, una tarde, al borde de una laguna clara como
el cristal, contemplando el cielo. De pronto, vio a su compadre, don Gallinazo,
que volaba allá arriba e inmediatamente pensó: -¡Ridículo animal! Con ese cuello
pelado, ese color horrible que tiene y poder volar tan alto! En cambio yo, que
soy bonita y que poseo una piel tan fina, no puedo levantarme del suelo, ni
siquiera una cuarta. Al cabo de largo rato, bajó don
Gallinazo y se fue a parar junto a doña Zorra. -¡Hola, compadrito!; le saludó
ella amablemente. ¡Cuánto gusto de poder hablarle! Durante media hora he estado
contemplándolo. ¡Qué espléndidamente vuela usted! -Gracias, gracias, contestó él
complacido. -Pero, vea; siguió ella; no crea
que solamente volando se va con rapidez de un sitio a otro. Yo le aseguro que
corriendo se llega mucho más ligero. -Comadre, está usted equivocada;
le replicó muy serio su amigo, moviendo de derecha a izquierda la pelada
cabeza.
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Doña zorra y su compadre gallinazo
-¡Ja, ja, ja; rió ella. Ustedes, las aves, creen saberlo todo; cuando, en
realidad, somos nosotros, los animales de cuatro patas, los que más sabemos. Y
si no, hagamos una apuesta. -Bueno, respondió don Gallinazo. -Compadre, le aseguro que yo llego antes que usted al
otro lado de la laguna. -¡Cuidado, que va a perder,
comadrita!; contestó el pájaro. -Esa es cuenta mía; dijo ella. Yo
beberé primero toda el agua para poder cruzar por en medio de la laguna y así
tendré que correr menos. -Pero, si es
tan profunda que ni siquiera se ve el fondo; respondió él. Déjeme usted, no
más. Párese en esta piedra y espere ahí a que yo termine. El ave obedeció y miró a la zorra
que hundió el hocico en el agua y empezó a beber. Shui-shui, sonaba el agua al
entrar en su boca; glu-glu, hacia al pasar por su garganta. Al cabo de un rato vio don
Gallinazo que la barriga de su amiga iba creciendo. -Doña Zorra, no beba usted tanto.
Le va a pasar algo. Mejor dejemos la apuesta; le dijo. -¿Y a usted qué le importa,
compadre?; le contestó y siguió bebiendo. Don Gallinazo volvió a mirarla y
notó que el vientre de la muy porfiada se iba inflando más y más a cada
instante. -¡Doña Zorra va a usted a
reventar!; le gritó. Mas, la muy terca, continuaba bebiendo. De repente sintió el ave un ruido
tremendo que retumbó en los cerros y vio que su amiga había estallado, lo mismo
que un globo. En ese mismo instante, asomó por
entre las peñas una huashua y, caminando con sus coloradas patitas, se acercó
al cadáver de la porfiada y luego dijo al pájaro: -¡Gracias a Dios que murió esta
ladrona! Al cabo podré dormir tranquila, sin temor a que me robe a mis pobres
hijitos y se los coma. -¡Por fin vivirán en paz los
pájaros de estos contornos. Ya nadie los asaltará para devorarlos!; exclamó don
Gallinazo. Y batiendo las alas muy
contento, emprendió el vuelo hacia su nido.
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