Yo trato a Platero cual si fuese un niño.
Si el camino se torna fragoso y le pesa un poco,
me bajo para aliviarlo.
Lo beso, lo engaño, le hago rabiar...
Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor.
Es tan igual a mí, tan diferente a los demás,
que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.
Platero se me ha rendido
como una adolescente apasionada.
De nada protesta.
Sé que soy su felicidad.
Hasta huye de los burros y de los hombres...