Danny mantiene una excelente relación con su padre, quien nunca ríe con la boca, pero sí
con los ojos, en los que se aprecia la bondad y la dulzura de su corazón. Su padre, poco a
poco, le enseña el oficio de mecánico, le hace ingeniosos juguetes, le narra historias
hermosas todas las noches y es su mejor amigo.
Esta imagen del padre pudiera cambiar cuando le confiesa a Danny su gran secreto: practica
la caza furtiva. El niño sabe que no es una actividad lícita, pero también comprende que
ningún padre es perfecto, y al suyo le encantan las emociones intensas. Por ello, cuando este
le cuenta que desearía estropear la cacería del soberbio señor Hasell atrapando a sus
faisanes, Danny lo ayuda, pues inventa una técnica que consiste en dormir a los faisanes. A
su padre le parece la mejor idea y califica a su hijo como el campeón del mundo en caza de
faisanes.
Al final, todo resulta como lo han pensado: capturan a las aves, y aunque estas escapan
cuando despiertan, padre e hijo se sienten felices porque han compartido una nueva
aventura y siguen siendo los mejores amigos del mundo