Principio de la pureza

Los cristianos no estamos exentos de caer en la lujuria, que es idolatría y rebelión contra Dios y que tiene consecuencias no sólo con nuestras vidas, sino con las de los demás. Suponer que nunca nos va a afectar es de tontos.

La lujuria sólo satisface la carne, es pasajera, efímera y que, como una droga, se requiere recurrir más a ella para alcanzar un sentimiento de felicidad que no se compara en nada con el maravilloso e indescriptible gozo de Dios. La lujuria es insensata y va siempre en contra de la pureza que es inteligente, porque de ejercerla nos permite mantener y cuidar nuestra salvación.

Las Escrituras señalan diversas motivaciones para acercarnos a Dios: el amor, principalmente, pero también el temor (respeto a su santidad) y la esperanza de la recompensa (el acceso al gozo divino). La pureza es de Dios, la lujuria del diablo y es nuestra opción decidir a cuál de los dos queremos escuchar y seguir. Es cuestión de vida o muerte.

Pablo urge “huir de la fornicación”, porque es un pecado que uno comete contra el propio cuerpo y va contra el mandato del Señor que la relación sexual sólo es válida cuando está dentro del matrimonio, es una regla de Dios que cuando la violamos trae terribles consecuencias.

Dios quiere nuestra santificación, él es el verdadero dueño de nuestro ser, estamos llamados a ser santos y de caminar apasionados detrás de un Dios apasionado. El problema no es la “pasión”, sino la “lujuria”, pero cuando hacemos lo que al Señor le agrada, él es glorificado y nadie se beneficia más que yo mismo.

Satanás miente cuando nos lleva pensamientos de que podemos cometer un pecado a escondidas, a hurtadillas, para que nadie nos condene, pero podemos caer en el error de desconocer lo que Dios dijo que todo será revelado. Además, el enemigo miente, cuando nos hace creer que este pecado nos hará felices, cuando lo cierto es que sólo nos hará infelices.

Nuestra mente es el campo de batalla, donde se anidan los pecados, donde comienzan a incubar los pecados. La lujuria no aparece de la nada, tuvo que estar en nuestras mentes, antes de que sea cometida. “Somos lo que pensamos”. Los pensamientos negativos crecen, cuando dejamos de alimentar el fuego de la Palabra, el poder del Espíritu y la relación con Dios. Nuestra mente no puede estar “desocupada”, siempre debe ocuparse de algo, sea bueno o malo.

Si llenamos nuestra mente con pensamientos puros, entonces no habrá lugar para los impuros, pues la lujuria “es promiscuidad mental”, es una enfermedad del alma, que lo único que hace es empeorar, mientras no haya arrepentimiento y cambio.

Hay estrategias básicas para combatir la lujuria: a.- huir (la primera y más básica); b.- mantener distancia (tener alejados momentos de tentación); c.- siendo precavido y evitando las tentaciones; d.- cultivando la vida interior (apoyarse en el poder de Cristo crucificado); e.- recordando quiénes somos (no somos de este mundo, somos de Cristo); f.- aprendiendo de memoria textos bíblicos; y g.- orando y no dándose por vencido.

¿Queremos estar libre de las acciones y obsesiones de la lujuria? Entonces busquemos ayuda, seamos sabios, evitemos las tentaciones, acudamos a Cristo, comprobemos que Él es suficiente y aprovechemos su poder.

Debemos ser radicales, para evitar las tentaciones, también debemos poner nuestros ojos, por donde entra la lujuria, fuera del alcance de situaciones pecaminosas, obedecer a Cristo y dejar de racionalizar. Es bueno, por ejemplo, alejarnos de programas de televisión o páginas web con contenido sexual.

Lo fundamental es que “si caminos a diario con Cristo, guardando nuestro corazón y cumpliendo el pacto hecho con nuestros ojos, entonces –y sólo entonces- podremos caminar confiadamente y sin tener temor.