El Sacramento: La Unción a los Enfermos.Versión en línea
Se realiza la presentación del Sacramento de la Unción de los Enfermos, instituido por Cristo y atestiguado por el apóstol Santiago.
Se presenta también algunas de las numerosas curaciones realizadas por Jesús, narradas en los evangelios; y el mandato que ha recibido la Iglesia de parte del Señor, de curar y cuidar a los enfermos.
1
La compasión de Jesús hacia los enfermos
2
Diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo
En el Antiguo Testamento, el hombre
experimenta en la enfermedad su propia limitación y, al mismo tiempo, percibe
que ésta se halla misteriosamente vinculada al pecado. Los profetas intuyeron
que la enfermedad podía tener también un valor redentor de los pecados propios
y ajenos. Así, la enfermedad se vivía ante Dios, de quien el hombre imploraba
la curación. (CCIC 313).
La compasión de Jesús hacia los
enfermos y las numerosas curaciones realizadas por él son una clara señal de
que con él había llegado el Reino de Dios y, por tanto, la victoria sobre el
pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo
sentido al sufrimiento, el cual, unido al de Cristo, puede convertirse en medio
de purificación y salvación, para nosotros y para los demás. (CCIC 314).
La Iglesia, habiendo recibido del
Señor el mandato de curar a los enfermos, se empeña en el cuidado de los que
sufren, acompañándolos con oraciones de intercesión. Tiene sobre todo un
sacramento específico para los enfermos, instituido por Cristo mismo y
atestiguado por Santiago: "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados." (St 5, 14-16). (CCIC 315).
Hay diversidad de carismas, pero el
Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. A
cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común.
Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, carismas de
curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía.
El Espíritu, las distribuye a cada uno en particular según su voluntad. (1 Cor
12, 4-5.8-9.11). Juan, que en la cárcel había oído
hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el
que ha de venir, o debemos esperar a otro?» Jesús les respondió: «Id y contad a
Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan
limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la
Buena Nueva.» (Mt 11, 2-6).
3
Las curaciones realizadas por Jesús
Al enterarse de que era Jesús
de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo,
levántate! Te llama». Él vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le
dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía.
(Mc 10, 47.49-52)(ǁ Lc 18, 35-43). Cuando bajó del monte, fue
siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró
ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». El extendió la mano,
le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra.
Y Jesús le dice: «Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al
sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de
testimonio. (Mt 8, 1-4)(ǁ Mc 1, 39-45). La celebración del sacramento de la Unción
de los enfermos consiste esencialmente en la unción con óleo, bendecido
si es posible por el obispo, sobre la frente y las manos del enfermo (en el
rito romano, o también en otras partes del cuerpo en otros ritos), acompañada
de la oración del sacerdote, que implora la gracia especial de este
sacramento. (CCIC 318). El sacramento de la
Unción confiere una gracia particular, que une más íntimamente al enfermo a la
Pasión de Cristo, por su bien y por el de toda la Iglesia, otorgándole
fortaleza, paz, ánimo y también el perdón de los pecados, si el enfermo no ha
podido confesarse. Además, este sacramento concede a veces, si Dios lo quiere,
la recuperación de la salud física. En todo caso, esta Unción prepara al
enfermo para pasar a la Casa del Padre. (CCIC 319). El sacramento de la Unción de los enfermos
sólo puede ser administrado por los sacerdotes (obispos o presbíteros). (CCIC
317). Le presentan un sordo que,
además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. El,
apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su
saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le
dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!» Se abrieron sus oídos y, al
instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. (Mc 7, 32-35).
4
Jesucristo resucita a la hija de Jairo
El sacramento de la Unción de los enfermos
lo puede recibir cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte
por enfermedad o vejez. El mismo fiel lo puede recibir también otras veces, si
se produce un agravamiento de la enfermedad o bien si se presenta otra
enfermedad grave. La celebración de este sacramento debe ir precedida, si es
posible, de la confesión individual del enfermo. (CCIC 316). Y he aquí que llegó un
hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de
Jesús, le suplicaba entrara en su casa, porque tenía una sola hija, de unos
doce años, que estaba muriéndose. Uno de casa del jefe de la sinagoga llega
diciendo: «Tu hija está muerta. No molestes ya al Maestro». Jesús, que lo oyó,
le dijo: «No temas; solamente ten fe y se salvará». Al llegar a la casa, no
permitió entrar con él más que a Pedro, Juan y Santiago, al padre y a la madre
de la niña. El, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate».
Retornó el espíritu a ella, y al punto se levantó. (Lc 8, 41-42.49-51.54-55). En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde
hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía
para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le
dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se sanó la mujer desde aquel
momento. (Mt 9, 20-22)(ǁ Lc 8, 43-48) Y al muchacho se lo presentaron.
Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en
tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces él preguntó a su padre: «¿Hace
cuánto tiempo le sucede esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado
al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes compadécete de
nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para
quien cree!». El padre del muchacho gritó: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Jesús increpó
al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de
él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con
violencia. El muchacho quedó como muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le
levantó y él se puso en pie. Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros
no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase solo puede ser arrojada con la
oración». (Mc 9, 20-29).
5
Jesucristo resucita a Lázaro
Jesús le manifestó: «Simón, tengo
algo que decirte». Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos
denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos.
«¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien
perdonó más». El le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer,
dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los
pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus
cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme
los pies. Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Y dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz». (Lc 7, 40-45.48-50). Cuando Marta supo que había venido
Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a
Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun
ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Le dice Jesús: «Tu
hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la
resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El
que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás. ¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». Dicho esto, fue a llamar
a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama». (Jn 11,
19-28). Cuando María llegó donde estaba
Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi
hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los
judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde
lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a
llorar. (Jn 11,
32-35).
Entonces Jesús se conmovió
de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le
responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día». Le
dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron,
pues, la piedra. Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy
gracias por haberme escuchado. Yo sabía que tú siempre me escuchas». Dicho
esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto, atado de
pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. (Jn 11, 38-44).
6
¿porqué hay sufrimientos, enfermedades guerras, y desgracias?
7
La Iglesia y el cuidado de los enfermos
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