Jesucristo fue crucificado, muerto y sepultadoVersión en línea
Se presenta el artículo de la Profesión de Fe: Jesucristo fue crucificado, muerto y sepultado.
El designio salvador de Dios se ha cumplido de una vez por todas con la muerte redentora de su Hijo, Jesucristo. (CCIC 112B).
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Las acusaciones por las que fue condenado Jesús
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Templo de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se proclamaba Hijo de Dios. Por ello lo entregaron a Pilato para que lo condenase a muerte. (CCIC 113). Pero
Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo
que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios». Dícele Jesús: «Sí, tú lo
has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre
sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo». Entonces el
Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos
ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Respondieron
ellos diciendo: «Es reo de muerte». (Mt 26, 63-66). Le
dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto
tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? (Jn 14,
8-9). Jesús
nunca contradijo la fe en un Dios único, ni siquiera cuando cumplía la obra
divina por excelencia, que realizaba las promesas mesiánicas y lo revelaba como
igual a Dios: el perdón de los pecados. La exigencia de Jesús de creer en Él y
convertirse permite entender la trágica incomprensión del Sanedrín, que juzgó
que Jesús merecía la muerte como blasfemo. (CCIC 116). La
pasión y muerte de Jesús no pueden ser imputadas indistintamente al conjunto de
los judíos que vivían entonces, ni a los restantes judíos venidos después. Todo
pecador, o sea todo hombre, es realmente causa e instrumento de los
sufrimientos del Redentor; y aún más gravemente son culpables aquellos que más
frecuentemente caen en pecado y se deleitan en los vicios, sobre todo si son
cristianos. (CCIC 117). Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce. (1Cor 15, 3-5).
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Los responsables de la muerte de Jesús
El
que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser
insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía
en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó
nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados,
viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. (1Pe 2,
22-24). Despreciable
y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante
quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo
eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. (Is 53, 3-5). Toda
la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su
designio de salvación. Él da «su vida como rescate por muchos» (Mc 10,
45), y así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte
manifiestan cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor
divino, que quiere la salvación de todos los hombres. (CCIC 119). «El
que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos». (Mc 10, 44-45). De
la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno
solo de estos pequeños. (Mt 18, 14). Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a
uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de
propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por
los del mundo entero. (1Jn 2, 1-2). Y aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de
salvación eterna para todos los que le obedecen. (Hb 5, 8-9).
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los efectos del sacrificio de Cristo en la Cruz
Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. (Tm 2, 1.3-6a). Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él. (1Tes 5, 8-10). Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte. Este amor hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) del Hijo de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre. El sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios. (CCIC 122). Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había
puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que
había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y
a secárselos con
la toalla con que estaba ceñido. (Jn 13, 1-5). Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo Único de Dios. (Jn 3, 16-18). Cristo sufrió una verdadera muerte, y verdaderamente fue sepultado. Pero la virtud divina preservó su cuerpo de la corrupción. (CCIC 124).
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La teoría de la muerte aparente
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