Se presenta un artículo del Credo o Símbolo Apostólico, que se realiza al profesar la fe: creo en la vida eterna.
La vida eterna
es la que comienza inmediatamente después de la muerte. Esta vida no tendrá
fin; será precedida para cada uno por un juicio particular por parte de Cristo,
juez de vivos y muertos, y será ratificada en el juicio final. (CCIC 207). Por cielo se entiende el estado de felicidad
suprema y definitiva. Todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen
necesidad de posterior purificación, son reunidos en torno a Jesús, a María, a
los ángeles y a los santos, formando así la Iglesia del cielo, donde ven a Dios
«cara a cara» (1Co 13, 12), viven en comunión de amor con la Santísima Trinidad
e interceden por nosotros. (CCIC 209). En virtud de
la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden
ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio,
en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas,
indulgencias y obras de penitencia. (CCIC 211). El infierno consiste en la condenación eterna de
todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal. La pena
principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien
únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido
creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras
«Alejaos de mí, malditos al fuego eterno» (Mt 25, 41). (CCIC 212). Dios quiere que «todos lleguen a la conversión» (2
P 3, 9), pero, habiendo creado al hombre libre y responsable, respeta sus
decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se
excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en el momento de la propia muerte,
persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios. (CCIC
213). El juicio final (universal) consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como juez de vivos y muertos, emitirá respecto «de los justos y de los pecadores» (Hch 24, 15), reunidos todos juntos delante de sí. Tras del juicio final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular. (CCIC 214).
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Obras de misericordia para la vida eterna.
Entonces
los justos le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos
de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te
acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel,
y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto
hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis." Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de
beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me
vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis." ... "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de
estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo." E irán éstos
a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna». (Mt 25, 37-46). Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que
ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. No se retrasa
el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que
usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que
todos lleguen a la conversión. El Día del Señor llegará como un ladrón; en
aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos,
abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. (2
P 3, 8-10). Después del juicio final, el universo entero, liberado
de la esclavitud de la corrupción, participará de la gloria de Cristo,
inaugurando «los nuevos cielos y la tierra nueva» (2 P 3, 13). Así se
alcanzará la plenitud del Reino de Dios, es decir, la realización definitiva
del designio salvífico de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo
que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10). Dios será
entonces «todo en todos» (1 Co 15, 28), en la vida eterna. (CCIC 216). Pero esperamos, según nos lo tiene
prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia. Por lo
tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados
en paz ante él, sin mancilla y sin tacha. (2 P 3, 13-14). «Mis ovejas
escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no
perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano».
(Jn 10, 27-28).
3
Los cielos nuevos y de la tierra nueva
En él
tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la
riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e
inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de
los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los
cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia,
elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a
la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que
ya antes esperábamos en Cristo. (Ef 1, 7-12). En efecto, así como por la desobediencia de un solo
hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de
uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en
verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría
la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro
Señor.(Rm 5, 19-21). Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El
último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las
cosas bajo sus pies. Mas cuando diga que «todo está sometido», es evidente que
se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas
a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha
sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo. De no ser así
¿a qué viene el bautizarse por los muertos? Si los muertos no resucitan en manera
alguna ¿por qué bautizarse por ellos?. (1 Co 15, 25-29). Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. (1Co 13, 12). Y que según el poder que le has entregado sobre
toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,
Jesucristo. (Jn 17, 2-3). En
verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
él solo; pero si muere, da
mucho fruto. El que
ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará
para una vida eterna. (Jn 12, 24-25).
5
Justificados por la gracia
6
La eucaristía y la vida eterna
7
Amar a Dios y al prójimo
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