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Tigre me pregunto después si quería jugar a los vaqueros. Dijo que yo haría de bueno y él haría de malo. Yo acepté.

Cuando Tigre me encontró, mi corazón se paralizó. Pensé que me daría un puntapié de la misma manera como se lo había dado a mi castillo. — ¡Vete, Tigre! ¡No te tengo miedo! ¡Déjame en paz! —grité.

Cada vez que jugábamos a los vaqueros, Tigre hacía de bueno y yo tenía que hacer de malo.

Un día construí el castillo más grande que jamás hubiera construido. —¡Mira, Tigre!— lo llame emocionado. Y Tigre dijo: —Buen trabajo.

Soy un ratón. Un ratoncito muy pequeño. Tigre, en cambio, es un tipo muy grande y fuerte. Somos muy buenos amigos. Aún así, teníamos un pequeño problema.

Sin embargo Tigre no había venido a pegarme. Había reconstruido mi castillo y tan sólo quería mostrármelo. Acepté ir a verlo, pero antes de hacerlo le dije: —Aún así, no soy tu amigo.

—¡Excelente, Tigre!—grité—. Ya no eres mi amigo. Es posible que yo sea un ratón muy pequeño, pero tú eres un grandulón muy malvado.

Estaba furioso y triste pero, sobre todo, estaba asustado. Jamás le había gritado a Tigre.

Desde entonces nos llevamos muy bien. Nos turnamos para todo y repartimos los bizcochos por la mitad. Pero aun así, tenemos un problema...