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Por él somos liberados del pecado, nacemos a una vida nueva (hijos de Dios), somos miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia y nos convertimos en sacerdotes, profetas y reyes.

Nos volvemos a unir al cuerpo de la Iglesia. Recuperamos la gracia, la serenidad de conciencia y obtenemos consuelo espiritual.

Perfecciona la gracia recibida en el bautismo, por él recibimos al Espíritu Santo y fortalecemos los dones recibidos en el Bautismo. Imprime carácter y, por lo tanto, se administra una vez; esto se hace cuando el bautizado tiene uso de razón.

Consiste en la consagración al ministerio del servicio a la Iglesia y a Dios, concede la autoridad para ejercer funciones y ministerios eclesiásticos. El sacerdote esencialmente es un instrumento de Dios para llevarnos a Dios.

Es el corazón y cúlmen de toda la vida de la Iglesia. Es el memorial de la Pascua de Cristo, de la obra de salvación. Los cristianos nos hacemos participes del sacrificio de alabanza y de acción de gracias que hace Cristo al Padre.

Confiere una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades de una enfermedad grave o de la vejez. Se puede recibir cada vez que sea necesario.

Establece una unión santa e indisoluble entre el hombre y la mujer, y les confiere la gracia de amarse uno al otro. Los ministros de este sacramento son los propios cónyuges que contraen matrimonio, los cuales confieren y reciben recíprocamente el sacramento.