Es un hombre de estatura alta, todo vestido de negro, que entra en los pueblos, se retira con el rostro encendido por el ala siniestra de la bruma. Se dice que alguna vez estuvo enamorado, que va buscando un amor. Dicen que se apareció en pueblos del suroeste como Andes, Bolívar y Jardín y por los poblados a orillas de los ríos San Juan y Baudó.
Era una hermosa mujer, cuya alma, después de muerta, no está en paz. Representa a quienes no logran “descansar en paz” y van deambulando, como quien tiene una pena, recorriendo lugares en los que habitaron.
Se dice que su alimentación incluye flores y bayas doradas de los bosques. Tiene tronco de guayacán con cabeza de hombre, cubierta de chamizos y salvajina. Su preocupación es cuidar bosques y animales.
Dicen que habita en la selva, en las cumbres de la llanura. Con la única pata que tiene, avanza con rapidez asombrosa, siendo así uno de los endriagos más temidos por mineros, cazadores, caminantes, agricultores y leñadores. Algunos dicen que es una mujer bellísima que los llama y los atrae para enamorarlos.
Campesinos y leñadores dicen que es una señora elegante, vestida de hojas y musgo, con sombrero cubierto de hojas verdes. Sus gritos o bramidos se escuchan en noches oscuras y de tempestad. Lugares con árboles frondosos, alejados del ruido de la civilización, como los bosques, con animales, es donde aparece.