- Cuando yo me case, quiero tener una hija negrita y bonita, tan linda como ella... Por eso, un día fue a donde la niña y le preguntó: - Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita? La niña no sabía, pero inventó.
Pero cayó un aguacero que le lavó toda la negrura y el conejo quedó blanco otra vez. Entonces, regresó a donde la niña y le preguntó: - Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?
Había una vez una niña bonita, bien bonita. Tenía los ojos como dos aceitunas negras, lisas y muy brillantes. Su cabello era rizado y negro, como hecho de finas hebras de la noche.
Al lado de la casa de la niña bonita vivía un conejo blanco, de orejas color rosa, ojos muy rojos y hocico tembloroso. El conejo pensaba que la niña bonita era la persona más linda que había visto en toda su vida. Y decía:
- Ah, debe ser que de chiquita me cayó encima un frasco de tinta negra. El conejo fue a buscar un frasco de tinta negra. Se lo echó encima y se puso negro y muy contento.
Y la niña bonita terminaba pareciendo una princesa de las tierras de África o un hada del Reino de la Luna.
Su piel era oscura y lustrosa, más suave que la piel de la pantera cuando juego con la lluvia. A su mamá le encantaba peinarla y a veces le hacía una trencitas todas adornadas con cintas de colores.