1.
Había una vez un hombre tan avaro, que su mayor ilusión en la vida era tener riqueza para sentirse una persona importante. Un día decidió vender todo lo que tenía; metió en un gran saco todas sus pertenencias y se fue a la ciudad montado en su fiel burrito. Al llegar, lo cambió todo por un resplandeciente lingote de oro ¡Ni siquiera sintió pena por deshacerse del burro, al que tanto quería! Lo importante para él, era ser rico de verdad. Regresó a pie al tiempo que iba pensando en qué lugar escondería su valioso tesoro. Tenía que ponerlo a salvo de posibles ladrones. En su hogar ya casi no tenía bienes porque había vendido prácticamente todo, pero le daba igual… ¡Ese lingote merecía la pena! Buscó concienzudamente un sitio adecuado y al final, en el jardín que rodeaba la casa, encontró un agujero oculto tras una piedra. – ¡Es el sitio perfecto para esconder el lingote de oro! – pensó mientras lo envolvía cuidadosamente en un paño de algodón y lo metía en el hueco. Aunque creía que jamás nadie descubriría su secreto, no podía evitar estar intranquilo. Dormía mal por las noches y cada día, con los primeros rayos de sol, salía al jardín y levantaba la piedra para comprobar que la pieza de oro seguía en su lugar. Satisfecho, continuaba con sus tareas diarias. Durante meses, actuó de la misma manera cada mañana: se levantaba e iba directo al agujero camuflado tras la roca