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TODO LO QUE LLAMAMOS AMOR / ¡Codicia y amor! ¡Cuán diferente sentimiento despierta en nosotros cada una de estas palabras! Y, sin embargo, tal vez se trata de un mismo instinto, denominado de dos modos diferentes: denigrado, por una parte, desde el punto de vista de los que poseen ya y en los cuales el instinto de la posesión de ha calmado un tanto y que temen por sus bienes; glorificado, de otra parte, desde el punto de vista de los no satisfechos, de los ávidos, que lo encuentran bueno. Nuestro amor al prójimo ¿no es un imperioso deseo de la posesión? ¿No sucede lo mismo con nuestro amor a la ciencia y a la verdad y en general con todo deseo de novedad? Poco a poco nos vamos cansando de lo viejo, de lo que poseemos con seguridad, y de nuevo volvemos a extender las manos. El más hermoso sitio, si llevamos tres meses de residencia en él, no puede estar seguro de nuestra afición; algún lugar lejano excitará nuestros deseos. El objeto de la posesión desmerece por el hecho de ser poseído. El placer que hallamos en nosotros mismos quiere conservarse transformando de continuo en nosotros mismos alguna cosa nueva: a esto llamamos poseer. Pero el amor sexual es el que más claramente se delata como deseo de propiedad. El que ama quiere poseer, él sólo, a la persona amada, aspira a tener poder absoluto sobre alma y cuerpo, quiere ser el único amado, morar en aquella otra alma y dominada cual si fuese lo más elevado y admirable./ Friederich Nietzsche, Obras inmortales, Barcelona, Editorial Teorema S.A., 1985. /Otro título para el texto puede ser: