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La productividad o rendimiento: “Cantidad de tareas hechas por unidad de tiempo”

El compromiso de los empleados: “Focalizados en cumplir la misión que les han comunicado”

El control: “La medida en la que se cumplen los procesos definidos”

El desempeño: “Calidad en la ejecución de las tareas”

El cumplimiento de las restricciones de un proyecto.

La involucración de los empleados: “Hacen lo que se les pide”

La creación de valor.

No es un indicador adecuado de éxito, pues la cantidad de trabajo entregado a los interesados no tiene por qué ser directamente proporcional a la entrega de valor a los interesados.

Si nos fijamos excesivamente en la Calidad, y no en la entrega de valor, es posible que trabajemos más de lo necesario, haciendo un sobreprocesamiento (bañado en oro).

Si no está alineada la misión que le han encomendado con los objetivos del proyecto o los objetivos organizacionales, es posible, que no estén trabajando para hacer crecer la empresa en el sentido deseado.

Sólo con esto no basta. Hay que desplegar soluciones que pueda usar el cliente y le aporte valor.

Está centrado en una cultura de comando y control, sin dejar hueco a la autonomía, o valoración crítica por parte de los trabajadores de si lo que se les pide es lo mejor.

Al estar el trabajo organizado en forma de procesos interdepartamentales se pierde el foco en el resultado final y más en la cantidad de tareas finalizadas en cada paso del proceso.

Esto no nos asegura el éxito. En 2015 se cambió oficialmente la definición de éxito de proyecto a "En la medida que cumple con la satisfacción de todos los interesados", y no solo cumplir el tiempo, coste y alcance definido en el proyecto.