Cuando el maíz, los frijoles y el ají maduraron, la abuela entregó parte de la cosecha al dueño de la tierra y guardó suficiente para tener con qué comer.
Concepción vivía con su abuela en una casita en la cima de un cerro. Juntas limpiaron el terreno para hacer un huerto. Sembraron maíz, frijoles y ají.
Concepción tomó un puñado de las semillas que había guardado y se las dio al jefe de la otra pandilla. Le explicó cómo preparar la tierra, cómo sembrar y regar las plantas.
Concepción lloraba porque su huerto estaba destrozado. Sus amigos le dijeron que esta vez la iban a ayudar a reconstruir el huerto.
Concepción estaba segura de que la abuela le sonreía desde el cielo y que su ojos ya no estaban nublados por la edad, sino brillantes como las estrellas sobre el barrio.