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Aunque la fiesta empezó en contra del Ayuntamiento, hoy en día, es este quien la paga. Para que los vecinos de Buñol, los veraneantes y los forasteros que se unen a la fiesta se diviertan,

Entonces suena un petardo. Es la señal, la fiesta va a empezar. Los camiones de tomates van a llegar de un momento a otro.

Una batalla de tomates en medio de una plaza, parece una película de los hermanos Marx;

Empezó en 1944, cuando los vecinos del pueblo, enfadados con los concejales, les lanzaron tomates durante las fiestas locales. Se lo pasaron tan bien que decidieron repetirlo cada año.

Unos minutos después, por una de las calles laterales se acerca despacio un camión cargado de tomates maduros. Los tomates vienen de los pueblos de alrededor y no se han cultivado para cocinar, sino para servir de proyectiles.

Imagínate una fiesta en la que puedes ensuciarte completamente de la cabeza a los pies. Imagínate a miles de personas lanzándose unos a otros tomates maduros.

Amy Randall participa en una batalla muy particular, en la que acaba bañada en salsa de tomate.

el Ayuntamiento compra unos cincuenta mil kilos de tomates, que llegan cargados en varios camiones.

—Los primeros tomatazos son los peores —me advierte un vecino. —¡Vamos agáchate! —Todo el mundo anda agachado porque si levantas la cabeza, puedes recibir un tomatazo en plena cara.

Hace mucho calor. La multitud está tensa, sudorosa, nerviosa y excitada. Muchos se suben a las rejas de las ventanas, unos a los balcones y otros tras los cristales de las ventanas.

Sin embargo, una fiesta así existe. Se celebra cada verano, el último miércoles de agosto, en Buñol, un pueblo de Valencia.

Y con el tiempo se ha convertido en una verdadera batalla campal en la que participan miles de personas y en la que las armas siguen siendo los tomates.