En el año 1004 a. C., David conquistó la capital de los jebuseos y sobre sus ruinas edificó a Jerusalén (que significa ‘ciudad de paz’), que en adelante fue la capital de los israelitas y donde residían las tablas con los Diez Mandamientos.
Durante su reinado, David formó un poderoso ejército que sometió a los filisteos y a otras naciones, y logró extender la cultura hebrea desde el río Éufrates hasta el mar Rojo.
Samuel lideró al pueblo de Israel por trece años, tras los cuales ungió a Saúl como primer rey, hacia finales del siglo XI a. C. Desde entonces en Israel creció la identidad nacional
A Saúl le sucedió David, el más célebre por dar muerte con su honda a un filisteo gigante llamado Goliat.
A David le sucedió en el trono su hijo Salomón, recordado por su sabiduría y por haber embellecido la ciudad, desarrollado el comercio y construido el primer templo de Jerusalén.
Durante su gobierno, Saúl organizó el ejército y aseguró las fronteras controlando a los filisteos, lo cual permitió el desarrollo pacífico de la nación hebrea.
Todo este crecimiento fue posible gracias a que Salomón estableció impuestos a las tribus.
El templo se edificó en el lugar donde estaba el Arca de la Alianza. El templo fue construido con grandes bloques de piedra y decorado con finas maderas y oro.
En esa época otros pueblos también intentaban conquistar Canaán, entre ellos los filisteos (que significa ‘invasores’), un pueblo de navegantes de origen egeo establecido en la costa cananea.