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La tumba de la abeja Yace la abeja en una gota de ámbar, atrapada en su néctar. Su laboriosidad tejió el sepulcro. Imposible encontrar mejor destino.

¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos áridos ni una lágrima brotaban, Cuando ya su color tus labios rojos en cárdenos matices cambiaban, Cuando de tu dolor tristes despojos la vida y su ilusión te abandonaban y consumía lenta calentura tu corazón al par de tu amargura

Había en una tierra un hombre labrador que usaba más la reja que no otra labor, más amaba a la tierra que a su Creador, y era de todas formas hombre revolvedor.

Poema de Gustavo Adolfo Bécquer Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar; aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas... ¡no volverán!

Envidiando la suerte del Cochino, un Asno [1] maldecía su destino. —Yo, decía, trabajo y como paja; él come harina y berza, y no trabaja: A mí me dan de palos cada día; a él le rascan y halagan a porfía. Así se lamentaba de su suerte pero, luego que advierte que a la pocilga alguna gente ¬¬¬¬avanza en guisa de matanza, armada de cuchillo y de caldera, y que con maña fiera dan al gordo cochino fin sangriento, dijo entre sí el jumento: “Si en esto para el ocio y los regalos, al trabajo me atengo y a los palos».

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión.

So lo hasta el fin, sé que terminará El cruel suplicio de tu traición a mí en un próximo horizonte, mi tristeza, desaparecerá, al fin con el olvido que tanto merezco yo.

Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado; era un reloj de sol mal encarado, 5 érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. Érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egito, 10 las doce tribus de narices era; érase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito.

Sonatina de Rubén Darío La princesa está triste, qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro; y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. Antonio Machado Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 14 y un huerto claro donde madura el limonero; 14 mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; 14 mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 14 Antonio Machado

Una gota del sudor del labrador temporal, convierte al trigo en rosal y al rosal en pan de flor. Pequeño mar de dolor, salinera proletaria que evaporada en la savia del surco donde fallece, en otra frente florece ¡aún más revolucionaria!

Epigrama

Versos alejandrinos

Verso libre

Estrofa con rima monorrima

Octava real Este es un poema rimado que se clasifica por sus versos

Cuaderna vía Se creó durante los inicios de la lengua española. Se escribía en "roman paladino"

Redondillas En este caso, la autora es Sor Juana

Décima Este poema rimado se clasifica de acuerdo con sus versos

Este es un soneto

Este poema es de versos endecasílabos, es decir, de 11 sílabas