1
Nuestro rostro se ruboriza, los vasos sanguíneos de nuestra piel se dilatan y de esta forma fluye más sangre. Eso es lo que nos da el color rojo al rostro cuando sentimos vergüenza. El cuerpo se contrae y, si la vergüenza es muy fuerte, hasta deseamos desaparecer.
2
Nuestros ojos se abren y las pupilas se dilatan para tratar de recibir mejor el mundo exterior. Nuestra respiración se detiene momentáneamente y todo nuestro cuerpo permanece alerta y atento ante lo que ocurra.
3
Tenemos la sensación de que se nos encoge el estómago, avisándonos que lo que tenemos delante puede ser dañino para nuestro bienestar.
4
Sentimos dolor y opresión en el pecho que puede extenderse por los costados hacia la espalda. Hay presión en la garganta, como si una mano la atenazara. Las extremidades se vuelven pesadas y todo nuestro cuerpo se enlentece
5
Nuestro corazón salta en el pecho y se irradia hacia todas las partes de nuestro cuerpo. Parece como si nuestros miembros hormiguearan y tenemos una sensación cálida y chispeante.
6
Se nos encoge el estómago. El diafragma deja de funcionar libremente y se nos corta la respiración. Durante unos instantes, nuestro cuerpo se queda paralizado, expectante.
7
Sentimos que nuestro pecho crece y se expande con algo tan grande que no puede contener y desear fervientemente regalar y compartir. Una corriente de serenidad y placidez alcanza todas las partes de nuestro cuerpo.
8
Sentimos tensión en las mandíbulas, una especie de fuego en el estómago, a la altura del plexo solar – el punto que se encuentra por debajo del pecho y justo encima del estómago. Nuestro pecho sube y baja con rapidez y nuestro rostro se congestiona. Las extremidades también se tensan, listas para la acción.